¿Quién define la persona que soy?

¿Quién define la persona que soy?

Gestionando emociones con "Intensamente 2"

Alegría, dirían los filósofos clásicos y medievales, es el descanso de nuestro corazón en la posesión de un bien. Un bien “correspondiente”, no cualquier bien, sino aquello que nos hace bien a nosotros: aquello que deseamos y logramos, aquello que luchando conseguimos, que no es un solo bien: se trata de un combo de bienes afectivos, materiales y espirituales, bienes en los que encontramos sentido, bienes que disfrutamos descansando el corazón en ellos, y que van pintando ese cuadro al que -aunque a veces vagamente- denominamos “felicidad”.

 

Por eso, no parece casual que “Intensamente 2” comience con la frase “Vamos a jugar con pasión”, en boca de Alegría, y termine con todas las emociones a su alrededor, armonizadas en torno a su figura. Este personaje integra el deseo, el amor, el querer, la confianza. Freud lo denominaría “Principio del placer”, y muchos siglos antes Epicuro lo formularía como “buscar el placer y evitar el dolor”. Alegría marca el rumbo: el juego de la vida consiste en buscar y hacer lo que nos gusta, y así sentirnos mejor.

 

El resto de las emociones van surgiendo evolutivamente (en un proceso mucho más gradual que el relatado en la película), alrededor del deseo y de todo nuestro mundo tendencial. Amamos, y por eso nos da miedo perder a quien amamos. Amamos, y por eso nos entristece no ser correspondidos. Y así con cada emoción. El campo emocional de cada persona, cuya raíz es el amor, se va configurando originalmente, en el camino hacia la vida adulta: una síntesis compleja y colorida de pensamientos y sentires -muchas veces contradictorios- que orientan los pasos que vamos dando. 

 

No perdamos de vista que “Intensamente 2” es una película. Conviene tenerlo presente, ya que, al contarnos esta historia -la historia de Riley en su ingreso a la pubertad- lo hace tomándose sus licencias: no es un libro de psicología evolutiva, ni de antropología filosófica, ni de coaching. Simplifica procesos sumamente complejos, los relata en un lenguaje accesible y didáctico, y de esa manera nos inspira para realizar una reflexión posterior más honda.

 

Queda claro que las emociones originan nuestras decisiones y acciones. De esa manera se va definiendo nuestra existencia: en las vivencias cotidianas, que automáticamente se convierten en recuerdos, esas “bolitas” que van acumulándose en ese espacio que podríamos identificar psicoanalíticamente como “inconciente”.

 

En cada bolita hay una escena, un hecho, que disparó una o más emociones.

 

Y esos fragmentos de recuerdos, van formando y alimentando las creencias de Riley. Están representadas en esas cuerdas luminosas que suenan: “papá y mama están orgullosos”, “soy amable”, “soy fuerte”, “soy la mejor”, “soy una buena persona”, “soy una ganadora”… que luego van dando lugar a “si soy de este equipo, no estaré sola en la secundaria” “si juego bien al hockey, voy a tener amigas”, “si me gusta lo que les gusta, vamos a ser amigas”, “puedo con todo”, o el fatídico “no soy tan buena” (“buena”, en su doble acepción: no soy tan buena persona, y no soy tan buena en lo que hago).

 

Las creencias van configurando nuestra identidad. ¿Quién soy? O mejor dicho, ¿quién “estoy siendo”? Porque la identidad no es un “algo” estático, va mutando con el tiempo. ¿Qué conservo de mi “yo” de 12 años? ¿En qué fui cambiando? ¿Qué tipo de persona quiero ser? Preguntas que marcan una tensión y un dinamismo, un “mirarnos al espejo” que genera nuevas búsquedas. 

 

Las creencias son juicios, es decir, interpretaciones. No son verdad. Son, en todo caso, nuestra verdad más profunda. Son como un péndulo que -desde el presente- oscila entre el pasado y el futuro. Son la “obra maestra” de nuestras emociones, y en definitiva, de las opciones cotidianas que vamos tomando. Están detrás, sonando como acordes, como si fueran la música sobre la cual cantamos. Se alimentan de esas bolitas de recuerdos. ¿Con cuáles nos quedamos? ¿Cuáles dejamos pasar? 

 

¿Cuáles son nuestras propias creencias? Resulta importante reconocerlas, ya que a veces nos condicionan o nos bloquean inconcientemente. Y por otro lado, también nos disparan emocionalidades. Las creencias suenan fuerte en esta “conversación con nosotros mismos”, que nos hace sentir más o menos confiables y confiados, moviéndonos a actuar de una u otra manera.

 

Es que las emociones acontecen. Ocurren en una relación, con los demás y con nosotros mismos. Y ocurren en los diferentes ámbitos o dominios de nuestra vida, expresados en esas “islas de personalidad”: la amistad, la familia, las bandas, etc.

 

Cada emoción tiene un doble aspecto: en cierta medida nos resulta funcional o disfuncional. Si nos sirve para lograr lo que queremos, nos abre posibilidades. En ese caso, es funcional. Como Furia, cuando le da fuerza a Riley para meter un gol. O como Tristeza, cuando permite a Riley descargarse después de recibir una mala noticia. O como Miedo, cuando hace que le suelte las manos a su admirada Valentina Ortiz. 

 

Pero si Ansiedad se acelera, o Miedo nos paraliza, o Alegría nos distrae de algo importante… En ese caso, sufrimos las consecuencias del lado disfuncional de la emoción. Nos cierra posibilidades.

 

De todas maneras, “con el tiempo he aprendido que todas las emociones le hacen bien a Riley”, señala sabiamente Alegría. Y Ansiedad agrega que “cada emoción tiene una tarea”.

 

Una o más “tareas”, según la película…

 

Nos encontramos con que Desagrado también siente gusto y admiración por Lance Slashblade, aquel personaje guerrero de los videojuegos de la infancia. Estas aparentes contradicciones, como una Alegría llorando, o una Tristeza sonriendo, una Ira compasiva y tierna, o una Ansiedad finalmente calmada en un sillón, nos invitan a recibir las emociones como vienen, y a valorar la información que nos traen, cualitativamente compleja. El planteo de “Intensamente 2” se aleja de una mirada moralizante acerca de las emociones (el famoso “no tenés que sentirte así”), y supera la antigua clasificación de emociones en “buenas y malas”, o en “positivas y negativas”.

 

Inclusive Envidia presenta un doble aspecto: no sólo ilustra la envidia en el sentido filosófico clásico (tristeza por el bien ajeno), sino que también encarna aquella actitud que Aristóteles describe con fineza psicológica en la Retórica: la emulación. Que consiste en creernos capaces de poseer aquello que admiramos en el otro e ir por ello, como por ejemplo una determinada manera de jugar al hockey, o el emblemático “mechón rojo”, símbolo de pertenencia al equipo de Valentina.

 

También hay emociones afines entre sí. Por ejemplo, Miedo y Ansiedad (suelo decir que son como hermanos), Tristeza y Vergüenza, Enojo y Desagrado… Nostalgia podría ser la abuelita de Alegría y Tristeza, una viejita que trae los “tiempos aquellos” al presente, añorándolos con gratitud. La más aislada parece ser Aburrimiento (“Ennui” en francés), en quien podríamos identificar también la “apatía”, tan presente en la adolescencia, esa distancia emocional respecto a los acontecimientos, las propuestas y los vaivenes de la vida.

 

Cabe destacar que las emociones no se dan en estado puro: si bien distinguimos alguna emoción preponderante en cada momento, habitualmente se dan mezcladas. Y una lleva a la otra. Es un arte -un entrenamiento también- poner palabras a lo que vamos sintiendo. Miles de emociones por día.

 

Se produce un grave desequilibrio cuando queremos bloquear algunas emociones, excluirlas, sepultarlas en la bóveda de los secretos, negarlas, reprimirlas. En ciertos momentos, el mecanismo de negación puede ser protector. Pero tarde o temprano, las emociones afloran. A veces, explotan, como la dinamita, e irrumpen nuevamente. Hay personas que buscan “desconectar el cable” de ciertas emociones, pero es inútil. Y además, no les conviene. Podemos gestionarlas, y para eso el primer paso es recibirlas y aceptarlas, aunque no nos gusten, o nos provoquen algún inconveniente.

 

Ansiedad merecería un capítulo aparte, sobre todo por esos momentos en que intenta asumir el protagonismo del mundo emocional de Riley: “Miedo la protege de los terrores que puede ver, mi tarea es proteger a Riley de los temores que ella no ve, yo planeo para el futuro”. Por eso estimula a la imaginación para que produzca escenarios futuros, posibilidades aterradoras y catastróficas que dan miedo y causan tristeza (o inclusive angustia) anticipadamente. Ella dice que es “para que las decisiones que tomemos no nos atormenten durante toda la vida”, pero en la película termina siendo claramente disfuncional. Por ejemplo, deriva en sobreexigencia, una actitud que genera frustración, e impide disfrutar lo que vamos logrando.

 

Está brillantemente representado el ataque de pánico de Riley. Precedido por una noche de insomnio (y aquella avalancha de “malos pensamientos”) van apareciendo las palpitaciones, se acelera la respiración, se acentúa el sudor, aumenta la tensión muscular, y se pierde contacto progresivamente con el presente, en el que es imposible focalizarse. También está muy bien expresada la salida del ataque, la intervención sobre la respiración, la toma de contacto con objetos presentes del entorno, la gradual desaceleración de los pensamientos, la calma después de la tormenta, la reconexión con el placer de jugar.

 

No controlamos lo que va a pasar. Es imposible, ya que el futuro es incierto por definición. Sin embargo, desde la “silla especial” del presente, en la que Ansiedad se toma un tecito, hay cosas que sí podemos controlar: Lo que depende de nosotros, lo que podemos hacer hoy, como “estudiar para el examen de Italiano”. El resto, conviene soltarlo, para que esas imágenes aceleradas de un futuro negativizado no nos controlen a nosotros. Podemos aprender a enviar esas ideas al “no tenemos que 

pensar en eso por ahora”. A veces viene bien un “hagamos limpieza, lo bueno se queda y lo demás se destierra”, como decía Alegría, cuando se creía capaz de definir “quién es Riley”.

 

Sin embargo, “No podemos elegir quién es Riley”, concluye Ansiedad. 

 

“¿Quién decide quién es Riley?” resulta ser la pregunta que queda flotando, pregunta que podemos hacernos: ¿Quién decide quién soy?

 

¿Soy controlado por mis emociones? ¿Puedo hacer hago con lo que siento? ¿Qué define mi bienestar y mi malestar emocional, en medio de este “flujo de conciencia” en el que voy navegando?

 

Tomando la metáfora de la película, podríamos resumirlo así: ¿Quién maneja el “tablero de control” de mi vida emocional? 

 

Somos nosotros. O mejor dicho, podemos ser nosotros. Y no se trata de “manejar”, ya que no somos robots con botones. Podemos hacer algo con lo que sentimos, de eso se trata la gestión de emociones. Cada una de ellas posee un funcionamiento distinto a las otras. Y hace falta conocer cómo funcionan nuestras emociones, para luego intervenir sobre ellas, desplegando una serie de acciones que las hagan más funcionales, dicho de otra manera: podemos entrenarnos para lograr un mayor bienestar emocional. Justamente en esto radica el valioso aporte del Coaching Ontológico. 

 

Juguemos el juego de la vida con pasión, pongamos a nuestras emociones a jugar a nuestro favor. Vivamos, sintamos… intensamente.

 

Pablo Osow

Gestionando emociones con "Intensamente 2"

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